sábado, 30 de noviembre de 2013

La llegada a casa

En el hospital estás deseando llegar a casa y en casa, algunas veces desearías seguir todavía allí. La ilusión se mezcla con la responsabilidad y el cansancio. Nunca imaginas cuánto trabajo puede dar un niño tan pequeño. Tu vida se convierte en un bucle en el que todo se repite cada tres horas: preparar el biberón, dárselo al bebé, ayudarle a que expulse los gases, cambiarle el pañal, dormirle, esterilizar el biberón, lavar su ropita... y en cuanto acabas y te dispones a descansar, se despierta y vuelta a empezar.

Tu vida cambia


Ya no hay tiempo para ti. Te cuesta sacar cinco minutos para ducharte. Tu vida ha cambiado para siempre. Olvídate de ver tu serie favorita, leer un libro o charlar tranquilamente con una amiga. -Es normal, -dice tu madre. Pero tu estás desbordada. Tienes ganas de llorar y te sientes culpable. La cosa no mejora cuando te llama tu prima para darte la enhorabuena y te cuenta que su Rubén de bebé era buenísimo y dormía seis horas seguidas del tirón desde la primera noche. Entonces te sientes más culpable y piensas que algo estás haciendo mal cuando tu hijo a las dos horas se despierta desconsolado.

Pide ayuda si lo necesitas


Si estás en esta situación, por favor, no te sientas culpable. Cada bebé es distinto y tiene unos ritmos diferentes. Mi consejo es que si lo necesitas, pidas ayuda. Lo primero, a tu pareja, el niño es de los dos no sólo tuyo, y también a tu familia. Puedes contratar los servicios de una salus o una doula para que te ayude las primeras semanas a cuidar a tu bebé. No pretendas llegar a todo. No intentes cuidar del niño, hacer la comida, planchar, limpiar la casa... Es imposible. Prioriza. Si tienes hijos mayores una au pair puede ocuparse de ellos (deberes, salida del colegio, extraescolares...). Además, con ella pueden aprender un segundo idioma.

Nurse o doula ayuda a la madre y a su bebé


Cuidado con la revolución hormonal


Las hormonas se ponen en tu contra. El cuerpo se ve abandonado por esa placenta que antes inundaba con hormonas el organismo. El nivel de estrógenos baja de manera radical, era cien veces más alto poco antes del parto que antes del embarazo, y deja de producir progesterona, tranquilizante natural, que procuraba mantener un estado de ánimo equilibrado durante los últimos meses del embarazo. También dejan de producirse endorfinas, llamadas sustancias de la felicidad, que nos acompañaron durante toda la gestación contribuyendo a aliviar la sensación de dolor, sobre todo durante el parto.

Estos cambios hormonales, unidos al cansancio, el miedo, la responsabilidad y la falta de ayuda, pueden propiciar que aparezca una depresión postparto.


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